Como la mayoría de mis compañeros, cuando entré en la Escuela de Caminos mi intención era llevar a cabo grandes infraestructuras. Los impresionantes puentes colgantes que aparecían en los medios, las imponentes presas que soportaban decenas de metros de agua, los grandes puertos del mundo y otras muchas grandes obras de la ingeniería te calan muy hondo cuando eres pequeño… y no tan pequeño. 🙂
Esas infraestructuras tienen gran parte de la culpa de que hoy en día esté estudiando ingeniería civil, o de caminos (como más os guste). Sin embargo, con el tiempo, y habiendo madurado tanto personalmente como intelectualmente, he llegado a comprender que la realidad de un ingeniero civil, su finalidad, va mucho más allá.
Estarás conmigo si te digo que toda gran infraestructura tiene detrás un gran equipo de ingenieros capaces de solventar cualquier problema que pueda surgir, tanto en su diseño como en su construcción. Y, como yo, seguramente te preguntarás ¿cómo habrán sido capaces de construir ese gran puente?, ¿qué han hecho con el agua mientras construían esa gran presa?, ¿cómo habrán logrado construir ese dique en mitad del mar? Estas y muchas otras preguntas son las que le vienen a la cabeza a cualquiera con algo de curiosidad sobre este mundo.
En un principio, la mayoría de los que decidimos estudiar esta carrera no vemos más allá de estas preguntas y obviamos otras, tal vez más sencillas a primera vista, pero más complejas en su trasfondo. Es decir, no solemos contextualizar las infraestructuras, darles un porqué. Únicamente nos limitamos a dejarnos asombrar por la majestuosidad de su construcción, su imponente tamaño.
¿Por qué se ha construido? ¿A quién le da servicio? ¿Es realmente necesaria? En muchas ocasiones estas preguntas son la clave para que un proyecto tenga o no éxito, y sin duda, su omisión lleva inexorablemente al fracaso. Si bien esas infraestructuras son técnicamente impresionantes, todas y cada de ellas deben responder a una necesidad de la sociedad. Sin esa finalidad carecen de sentido, carecen de alma.
Este es para mí un punto clave y que he pasado a valorar muy por encima de la técnica de esas grandes infraestructuras que admiro. Un buen ingeniero debe saber, no solo la técnica detrás de las infraestructuras, sino el porqué de las mismas, su finalidad, su servicio a la sociedad. Si se pierde de vista ese porqué el resultado es ineficiente pues el objetivo de la ingeniería civil no es otro que mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, entendiendo sus necesidades y dándoles solució de la mejor forma posible…
… o al menos debería ser así.
La ingeniería civil tiene una peculiaridad con respecto a otras ingenierías y es que sus actuaciones se realizan en suelo público y con dinero público. Esto posiciona al ingeniero en una difícil situación en la que se produce un conflicto entre sus propios ideales y lo de la administración pública correspondiente.
Muchas de construcciones se han realizado por decisión de un determinado organismo público que ha creído que su realización era beneficiosa en algún sentido para la sociedad. Y si la administración lo dice, que es quién paga, y quien al fin y al cabo nos da trabajo, ¿tendrá razón, no?
Esta es la razón por la que se han llevado a cabo muchos de los proyectos que actualmente están en boca de todos por el fracaso y despilfarro que han supuesto, más si cabe, en tiempos de crisis como en los que estamos. Es el caso, por mencionar el primero que me viene a la mente, de los aeropuertos “fantasma” españoles, infraestructuras perfectas en la técnica, pero carentes de sentido porque el fin para el que se proyectaron no era el adecuado (por unas u otras razones) Pero hay muchísimos más casos en nuestro país: ampliaciones de puertos que están vacíos, carreteras que son una ruina… Casos en los que, por otros intereses ajenos a la satisfacción de alguna necesidad de la sociedad, han resultado un estrépito fracaso.
Por otro lado, y como en todo, el ingeniero o la administración pueden errar, pero las consecuencias de ese error son más pronunciadas que quizás en otros sectores. Y es que, aunque os parezca mentira, en muchos casos ese porqué es mucho más complejo que el cómo, pues la sociedad y sus necesidades está en constante evolución y las decisiones, en última instancia, las toman personas con mayor o menor acierto.
Pues esto es todo. Espero no haberte aburrido con esta reflexión sobre porqué creo que la finalidad de cualquier infraestructura, su objetivo, es tan o más importante que la técnica que lo hace posible.
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le agradezco que haya publicado su reflexión sobre el tema en cuestión.