La conjura de los necios: el porqué del libro de los números gordos.

En realidad, el nacimiento de algo no es, casi nunca, azaroso, sino que es el fruto de una lenta amasadura de ideas, experiencias y sucedidos que un día, por casualidad, encuentran un vagón común. Así tenía que suceder con el libro de los números gordos: el conocimiento previo, luego la mecha encendida en una conversación y, finalmente, el acto consciente y cooperativo de la creación.

Esta es su historia.

EL NÚMERO GORDO lo conocí trabajando con buenos proyectistas. Es una herramienta conceptual que permite ver el bosque desde la altura, que centra un problema, que bien puede ser de estructuras, pero también de economía familiar, por ejemplo. Es un número privado, cada uno tiene los suyos, y tiene curiosas propiedades: el que más sabe, más sencillo lo hace; no tiene decimales; no es un número, es un concepto.

UN DÍA, volvía a casa en el coche de Tomás, arquitecto y profesor de proyectos de mi misma universidad. Ochenta kilómetros de charla entre un arquitecto y un ingeniero.

– Qué difícil eso de las estructuras.

– ¿Eso crees? Pues a mí me parece mucho más difícil lo vuestro porque es menos evaluable objetivamente.

– Bueno, puede parecer así, pero también es una cuestión de oficio. Se puede medir lo bueno, lo regular y lo menos bueno.

– Medible, sí, pero como profesor, me preocupa más cómo enseñar lo no cuantificable.

– No olvides que todo tiene su técnica y todo tiene su ciencia, incluso todo tiene su metafísica. Imagínate un poeta, como ejemplo de artista puro. Necesita conocer el entorno técnico, su tecnología es el vocabulario, o un pintor la técnica del óleo y la acuarela o un músico el pentagrama. Eso es la técnica. Luego está la ciencia, un paso más…, o un paso menos.

– Ya te entiendo. Tu conocimiento inmediato, tu profesión, se puede transmitir, al menos las bases sólidas para un ejercicio digno de la profesión. Ése es el mínimo, al cual, ojalá, llegásemos en la universidad. Más allá de ese mínimo está la capacidad del docente para realzar la actividad, para entusiasmar, para transmitir no sólo una técnica sino un sentimiento…

– Y da lo mismo enseñar proyectos que estructuras, todo tiene su encanto. ¡Hasta el gris hormigón!

Yo disfruto resolviendo un problema estático pintando en una servilleta con mi pluma, discutiendo con mi compañero a la hora del café»

– ¡Por supuesto! Para transmitir interés no sólo debes ser un mero conocedor de la técnica sino un profesional que disfruta. Se debe estar en connivencia con lo que se enseña. Yo disfruto resolviendo un problema estático pintando en una servilleta con mi pluma, discutiendo con mi compañero a la hora del café. Tú disfrutarás igual cuando encuentras la distribución de ese salón de actos que te trae loco, y seguro que llevas paseando por él tres noches, sin poder dibujarlo.

– Pues bien, aquí llegados, amigo Juan Carlos, te vuelvo a confesar que las estructuras me parecen ciencia infusa.

– Porque no has sido capaz de verlas sencillas.

– ¡Hombre!, es que las integrales, la trigonometría, los vectores, los momentos de inercia, los momentos flectores…

– Todo eso es bien fácil. Al final, todo es sumar y multiplicar.

– ¿Quieres decir que todo es cálculo? Pero si vosotros detestáis que os llamen calculistas.

– Porque no es lo mismo. El cálculo es sólo una parte de nuestra actividad. O acaso no sería despectivo que a un químico lo llamasen “el probetas”, o a un arquitecto le dijesen “pintacasas”.

– Esos motes, es verdad, engordan la parte técnica y desprecian lo que de ciencia tiene una profesión.

– La herramienta sola no sirve. Yo no me fiaría de un calculista ni para hacer la pérgola de las parras de mi casa del pueblo. Porque las estructuras no fallan por el cálculo, fallan cuando no se entienden.

El número gordo es un número privado, cada uno tiene los suyos, y tiene curiosas propiedades: el que más sabe, más sencillo lo hace”

– ¡Asumido! Pero volvamos! Mi miedo a las estructuras…

-¿Se debe acaso a que el mundo profesional es demasiado orgulloso?

– Explícate.

– Yo tenía un amigo, un joven jefe de obra que tenía que pasar un tirante de un lado al otro de un valle en el Pirineo, para comenzar a construir un puente. El jefe no tenía ni idea de cómo hacerlo y acudió a un amigo viejo: “Si quieres lanzar el cable mañana, dile al encargado que lo haga, que tú tienes que ir a unos asuntos a Huesca”. Así lo hizo y cuando volvió, dos días después, el cable estaba lanzado. La curiosidad le corroía pero la arrogancia,…

– Y el orgullo…

– Efectivamente. Le impidieron preguntar cómo lo hizo. Dos meses más tarde, detrás de unos cuantos botellines y con más confianza con el encargado, le preguntó cómo hizo para lanzarlo. El encargado le dijo: ”La verdad es que no lo sé. Yo se lo dejé encargado a Pepe, porque me tuve que ir también a Huesca”.

– Es como la conjura de los necios.

– Es exacto. ¿Sabes lo que es un necio?

– Más o menos.

– Pues necio es, exactamente, “ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”. En cierto modo, todos somos un poco así, ¿no? Si no, no se explica por qué las estructuras, que es una materia cuyas bases son simples, os parezcan un arte diabólico. Para conocer las estructuras sólo se necesitan tres cosas: la base matemática de un chico de doce años, haber perdido el miedo a pensar y tener sentido común.

– Perfecto. La base la tengo; el sentido común me lo ha dado el oficio; y el miedo a pensar en estructuras,… pues me lo quitas tú.

El número gordo es sólo una brújula, pero analógica, no digital, que sirve para orientarte»

– No, no. Ya te veo venir.

– ¡Si, si! Nos vas a dar un seminario para todos los profes que quieran y ya verás que éxito. Y ten cuidado, porque como lo expliques bien te vamos a quitar el negocio.

– ¡Tomás!, tanta sesuda discusión y me saltas con el dinero, aunque… pensándolo bien, a lo mejor no te falta razón.

– Puede ser, igual la clave es el dinero.

– Pero no seamos tan duros, que hay un poco de todo. En cualquier, caso con el seminario tengo sólo un miedo.

– ¿El número de alumnos?, ¿las pelas?,…

– No. Que se confunda el objetivo. Yo sólo quiero transmitir ideas, que por suerte se pueden expresar con números, pero que son sólo un termómetro.

– ¿¿??

– Si, el número, llamémosle, gordo…

– Ja, ja… no lo había oído nunca, me parece perfecto.

– El número gordo, digo, es sólo una brújula, pero analógica, no digital, que sirve para orientarte.

– O sea, ¿qué más que un seminario de cálculo va a ser un seminario de conceptos?

– ¡Eso es!



PASÓ EL TIEMPO y esas circunstancias no cuajaron. Aunque la idea se había posado definitivamente en mi ilusión.

Reuní a unos cuantos amigos de esa congregación del número sencillo, fenomenológico y cualitativo… curiosa asociación de palabras: número cualitativo; y juntos construimos el que sería el libro de los números gordos.

Elsa y Valentín, los editores, compañeros de estudio en nuestros años universitarios, hicieron crecer nuestras ilusiones con propuestas que nos ayudaron a querer, aún más, a nuestro libro.

Recuerdo que uno de los autores, cuando tuvo el libro editado entre sus manos se quedó perplejo por el tratamiento editorial:

Después de diez segundos escasos de indignación por no descubrir en el libro lo que yo exactamente había escrito, he de reconocer que los editores han sido capaces de mejorar lo que yo quería decir sin quitar ni una sola idea de las que quería expresar. Ahora entiendo por qué, en muchos libros ingleses o alemanes, los autores agradecen al editor su ayuda”.

Yo, desde aquí, también se lo agradezco.

Juan Carlos


¿Y bien…? ¿Qué te ha parecido este experimento? La verdad es que cuando Juan Carlos me propuso contar la historia «jamás contada», más bien anécdota, sobre el nacimiento de la idea detrás del libro «Números Gordos en el proyecto de estructuras» no me pude resistir a hacerle un hueco en el blog.

Y este ha sido el resultado. 🙂

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